El cinco de marzo de 1995, Las Gaunas, sin saberlo, vio nacer una leyenda. Aquel día, Logroñés y Athletic de Bilbao jugaban un encuentro de Liga cualquiera, en una temporada fatídica para el cuadro riojano, que culminó con el descenso. Sin embargo, ese día, cuando apenas 24 años le contemplaban, saltó al campo un tal Fernando Marín. Un chaval nacido en Arnedo, una localidad conocida en La Rioja y parte de más allá por sus fac

Marín jugó aquel año cinco partidos, siempre con esa pinta de trabajador, de currante, al que sólo le falta el palillo en la comisura de los labios. Fue habitual verlo sin afeitar, con el pelo revuelto. Bien es cierto que aún era otra época, en la que la imagen del futbolista distaba mucho de ser la de un metrosexual. Pero Fernando era otra pasta. Tenía un aspecto tan típicamente riojano que el pueblo tardó poco en cogerle cariño. Más aún cuando, en la temporada siguiente, logró el ascenso a Primera de la mano de Juande Ramos, un por entonces desconocido entrenador del que aún muchos nos preguntamos por las causas de su no continuidad en Las Gaunas.
Ya en Primera de nuevo, con Rubén Sosa o Marcelo Tejera en las filas blanquirrojas, Fernando Marín jugó 16 partidos. Desde la banda del Municipal se escucharon aquel año improperios contra casi toda la plantilla. Incluso contra otros hombres de la cantera, como Jesús Dulce. Pero a Marín ya se le profesaba cierto respeto. Llegó de nuevo el descenso a Segunda, que no era sino el comienzo de la travesía por el desierto del Logroñés.
Aguantó con el club de su vida hasta que, en el año 2000, la entidad riojana fue descendida a Tercera por impago en la AFE. Marín se fue a probar fortuna a Badajoz, donde permaneció dos temporadas, antes de regresar a Logroño, con el Logroñés ya en Segunda B. Su regreso a casa, a Las Gaunas, sería un paso más para engrandecer el mito. Cuando los problemas económicos azotaron de nuevo a la plantilla en forma de impago, Fernando Marín dio un paso adelante y se convirtió en el mediador, el hombre clave para alcanzar un acuerdo, para que su equipo, el Logroñés, pagara a sus compañeros y a él mismo lo que les debía. En jornadas tediosas y tensas para el de Arnedo, llegó incluso a no poder ir a entrenar en alguna ocasión en el verano de 2004.
Cuando la desgracia se consumó, y el director general de la época, Fran Canal, leyó el comunicado que anunciaba un nuevo descenso a Tercera por impago, Fernando estaba allí, en la sala de prensa. La impotencia se tornó en lágrimas. Su club, su casa, de nuevo al borde de la desaparición. Un nuevo golpe. El diestro centrocampista y lateral decidió irse al Varea, un club de un barrio de Logroño para seguir haciendo lo que ha movido su vida: jugar al fútbol. Ya se le comenzó a llamar cariñosamente Zinedine Marín, sobre todo porque allá, en el Varea, jugaba con total libertad. Su calidad y su esfuerzo estaban por encima de la categoría.
Pero, en verano de 2005, de nuevo el Club Deportivo Logroñés llamó a su puerta. Y de nuevo Marín se vistió la blanquirroja. Desde el lateral derecho logró el ascenso a Segunda B e incluso se destapó con una inaudita capacidad goleadora en algún partido. Curiosamente, esa temporada, la pasada, logró un nuevo hito que engordó el mito. Al jugar en Tercera, se convirtió en el segundo jugador que vestía la blanquirroja en todas las categorías nacionales, junto al logroñés Jordi, hoy en el Mirandés.
Fernando Marín Abizanda cumplió 35 años el lunes. Muchos años para unos, pero no para él, que ha sabido cuidarse. Que ha tenido la honestidad y el compromiso como bandera. En el arranque de la temporada estuvo lesionado, y la afición le echaba de menos. ¡A un veterano de 35 años! Pero, Marín es de esos futbolistas especiales, que llenan de significado la historia, los clubes. Un tipo al que nunca se le ha subido a la cabeza su condición de futbolista. Un joven de 35 años. Una de esas personas que sí puede hablar de logroñesismo. En definitiva, un mito que será recordado por la justicia de la memoria. Felicidades, Fer. Aunque vengan con retraso.